miércoles, 24 de junio de 2015

Diente por diente


Hoy he recibido la  invitación formal de mi dentista la Doctora Mariluz Puertas para asistir a la revisión anual que me corresponde como cliente de su clínica. En ella no se dice nada de atuendo, ni se ruega confirmación, aunque sí que he echado de menos como gancho para la visita el ofrecimiento de un Martini con unas olivas o unas gambas de Huelva; todo se andará. Este recordatorio, que se agradece, es una muestra de esa atención personalizada de la que tanto hemos hablado y defendido en este blog, vendamos melones, blanqueamientos dentales o practiquemos depilaciones de zonas nobles.

Hace un tiempo os hablé de notarios, y hoy voy a hacerlo de dentistas. Negocios que proliferan en nuestra ciudad, señal de que los leoneses empezamos a tomar conciencia de lo importante que es tener una buena sonrisa, qué nos reímos menos que Calimero en un Kentucky Fried Chicken. Paseando por la ciudad uno descubre nuevas clínicas dentales, algunas incluso proyectadas por reputados y ajustados estudios de arquitectura. Este auge desaforado me recuerda al vivido con las agencias inmobiliarias en pleno boom, no había calle, avenida, cementerio, ni centro comercial que no tuviese su agencia inmobiliaria.

Las 32 piezas dentales, incluidas las muelas del juicio, que casi todos tenemos, dan de comer a muchos profesionales, odontólogos, protésicos, higienistas, cirujanos y recepcionistas.
Sin embargo este boyante negocio tiene sus peros. Según un estudio de la Asociación Internacional de Fobias, la dental ocupa un lugar destacado, junto con la presentación oficial de los suegros, la primera erección en ellos o su primera menstruación en ellas. Aún a riesgo de acabar con la sonrisa del Risitas en el Loco de la Colina, la sala del dentista tradicionalmente ha sido uno de los lugares preferidos por  la gente para pasar un rato tranquilo y relajado. Como decía Torquemada el inquisidor: las mejores confesiones las consigo haciendo de dentista.
Y la culpa de este pánico a la sala dental, la tienen los profesionales del gremio, que se han centrado mucho en el tema estético, descuidando el psicológico. Me explico. Cuando entras en algunas clínicas parece que te han teletransportado al MOMA, arte en las paredes, materiales nobles, luces disimuladas y cascadas de agua conforman la decoración.  Ante esta visión lo primero que te sobreviene es la pregunta pánico ¿Quién pagará esto? Y aquí empezamos con los primeros tembleques y sudores.
En nuestra mente se proyecta la película del adiós a las vacaciones a Torrevieja con Julito y los niños, ahora el destino será un todo incluido en Mozóndiga, en compañía de los suegros y la cuñada petardo. Pasado este primer tembleque, esperamos en la sala de espera, y aquí la nota para la mayoría es un cero, el hilo y la SGAE han hecho mucho daño. Esperar en una sala acompañado de una ranchera  de  Julio Iglesias a las 12 del mediodía a palo seco o del Bolero de Ravel, está demostrado que genera tendencias suicidas. Entre el impacto económico y el bolero llegamos a la sala con los ojos encharcados, nos sentamos en el sillón Nostromo, por aquello de la posturita mirando al cielo, y abrimos la boca.

Una vez abierta te la llenan de látex, tubo saca líquidos e instrumental diverso, te aplican el agente anestésico para bloquear los impulsos nerviosos y te colocan el babero de tonto de salón; ahora ya estás caraja y a merced del profesional. Y digo yo, qué les costará a los dentistas colocar una pantalla en el techo o fresco a lo Capilla Sixtina, de esta forma estaríamos entretenidos viendo un vídeo de Carmen Electra o un documental sobre la reproducción de la Jirafa en el Serengueti. 

De todos modos, y a pesar de lo dicho, hoy la practica dental nada tiene que ver con lo que se practicaba hace unos años.
Ya no estamos ante aquellas salas de despiece bucal, que en algunos casos competían con las salas de interrogación de los tiempos de la Stasi de la antigua  RDA. La gente no sufría por el flemón o la deformidad facial, tenían pánico al señor vestido de dentista. Que sin piedad y armado de tenazas y una bata azul, te extraía la pieza mala y si te descuidabas la buena también, sin antes comprobar si la anestesia había hecho su efecto.

Como os dije al principio, desde hace años soy cliente de la Clínica de Mariluz Puertas en la calle Las Fuentes de León. Si hay algo que me agrada de esta clínica, es la cordialidad y amabilidad de los profesionales que en ella trabajan. Ya en el portal abres la boca sin querer.  Seguro que su decoración tiene algún “pero” para el amigo Joaquín Torres, pero para mi, con lo dicho anteriormente se suple con creces.  Y es algo que se percibe cuando entras, cuando te sientas en el sillón y mientras te practican lo que necesites, y lo más importante, lo percibes al momento y al cabo de siete meses. El tema dental como decía con el notarial, no es precisamente barato, y se  agradece que el trabajo realizado, lo percibas como bien hecho, hoy, y dentro de unos años. En ello radica el éxito. Me gusta esta clínica porque lo consigue y con nota.

Todos conocemos historias y leyendas de personas que por culpa de una mala praxis dental, están abonados de por vida a los caldos Gallina Blanca y excluidos de los placeres que provoca un Adoquín zaragozano, esos caramelos gigantes de envoltorio pilarico y textura pastosa y eterna, terror de los implantes dentales y dentaduras postizas. La boca amigos míos es la segunda parte más importante de nosotros mismos, nuestro aspecto y presentación es la primera y cuando hablamos la segunda. No la descuidemos

Sirius&Pichón