Hoy todo el mundo habla de la tragedia que ha supuesto la absurda muerte de ese hincha del Deportivo a manos de unos adorables hinchas del Atlético de Madrid. Y yo me pregunto...¿Pero de qué se sorprende la gente?...Si lo anormal es que haya tan pocos altercados para el nivel de tensión que se vive en cualquier partido de fútbol. Y me da igual la categoría, sea un Madrid-Barça o un Toldanos-Villaconejos. El fútbol amigos míos está engorilao, siempre lo ha estado y el clima de crispación que se vive actualmente lo ha enfurecido aún más. La gente lo utiliza como vía de escape para sus frustraciones, rabias, miedos, odios, conflictos laborales. El árbitro se convierte en esa mujer o marido que no aguanto más, en ese jefe explotador o ese vecino canalla que me pone la música de Pimpinela a tope a las 3 de la madrugada.
Hace años mi hijo jugó al fútbol, el chico iba todo ilusionado y con aspiraciones a ser la estrella del equipo, pero no le acompañaba nada, ni el juego, ni la cara, ni el corte de pelo, ni las maneras. Recuerdo el día de la entrega de equipaciones y presentación del equipo, mi hijo y yo pintábamos tanto en aquel escenario como Barragán en un desfile de Tom Ford. Observé que hay disposiciones que ya vienen en la leche materna y el semen paterno. Los compañeros de mi hijo eran ya mini Messis, Ronaldos, Gutis, y su padres lo mismo en versión tripa cervecera.
Padre e hijo llevaban el fútbol escrito en su frente. Hablando, vistiendo, si el padre iba de chándal, el niño también. Si el padre gastaba rictus altanero, prepotente, chulesco y palillo en ristre, el niño también. Coincidían hasta en el corte de pelo, si el padre aún lo conservaba. Incluso su estructura ósea era similar.Y viendo aquello tuve claro que mi hijo lo iba a tener difícil para triunfar y así fue. Los partidos eran todo un dechado de buenas maneras y comportamiento ejemplar. Donde brillaba la deportividad y el compañerismo. Los padres apostados en las distintas esquinas del campo, gritaban cada sábado como marujas poseídas, el entrenador otro tanto de lo mismo y todo esto por partida doble. Los gritos se escuchaban en cualquier parte de los 90 metros que mide el campo, gritos de rabia, cabreo, mala hostia y casi siempre dirigidos a los mismos personajes, el árbitro o jugador contrario.
Y estamos hablando de críos pequeños que no se jugaban nada, como mucho una foto o mención los miércoles en el Diario de León. El espectáculo era dantesco, dañiño y letal. Ver a aquellos niños vestidos como sus ídolos, algunos con el mismo pelo que Messi otros con el gesto de Cristiano, rascándose los cataplines a lo Valderrama, escupiendo como Roberto Carlos, luchando como fieras por un balón bajo el fuego de los insultos cruzaos, las voces y los "tira joder" de sus compañeros, acojonaba. Harto de perder mi tiempo en aquella escuela de buenos modales, retiré a mi hijo de la actividad futbolística.
Si a nuestros hijos les habituamos a comportamientos salvajes, es normal que por aquello de la imitación, ante el mismo escenario o situación, se comporten de la misma manera.
El hijo seguirá el ejemplo de su padre e intentará emularlo cuando tenga la primera oportunidad. Tomará la galimba como él, pondrá los pies encima de la mesa, ventoseará mientras come restos de pizza de su camisa, le gritará como un poseso a la de 52" pulgadas, llamándole de todo menos guapos a los jugadores del equipo contrario y acordándose a cada minuto de la desdichada madre del árbitro del encuentro. Esto es el fútbol en estado puro, el mayor espectáculo del mundo. Que me perdonen los futboleros, que seguro alguno habrá entre los lectores de este blog. Esta es mi sensación. Y muchos me dirán, son hechos aislados, cierto es, afortunadamente no todos los lunes desayunamos con noticias como esta, y no sólo pasa aquí, pasa también en países súper civilizados como Holanda, Reino Unido y en otros pelin menos como Brasil y Argentina. Y será difícil que consigamos cambiar estos comportamientos por mucho Comité de Violencia y policía que pongamos. El daño ya está hecho. La gente está enfurecida, encolerizada y cualquier motivo les sirve para iniciar la guerra. Y no hay mejor escenario para ello que un estadio de fútbol, mucha gente, luces, bengalas y acción. Y como si no tuviésemos ya poco con la tortura del partido, al acabar este viene la segunda parte del aborregamiento salvaje. Cuando un grupo de sabios se reúne en torno a una mesa para discutir sobre los complejos retrógrados que la parábola descendente del balón produce sobre la bota del jugador por efecto de la presión.
Lo siento, pero yo me quedo con una audición de los Miserables. Decía Orwell: El deporte en serio es como la guerra pero sin tiros. Y que razón tenía.
NOTA: Discúlpenme todos aquellos padres de comportamiento ejemplar, cuyos hijos juegan al fútbol, que me consta que los hay.
Sirius&Pichón
Como siempre amigo mío, se pueden decir las cosas más altas, pero es difícil decirlas más claras y con ese toque que tiene usted. Me gusta su blog amigo.
ResponderEliminarAhora se descubre que habían quedado para ver quien sacudía más fuerte. A esto le llaman fútbol.
ResponderEliminarCoincido con ustedes, la culpa muchas veces la tiene los padres, que se comportan delante de sus hijos como cafres. Mi hijo juega en un equipo y he visto partidos en el Che donde ha faltado muy poco para que los padres acabasen como los hinchas estos.
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